jueves, 17 de junio de 2010

La importancia de un buen comienzo

(Nota: La mayoría de los ejemplos mencionados durante el artículo incluyen un hipervínculo al fragmento en cuestión)

Tanto si estás escribiendo una novela, un guión o un artículo… rodando una película, un documental o un reportaje… sabes que el comienzo es fundamental. Durante los primeros minutos, tienes que enganchar a tu lector o a tu espectador y convencerle de que siga contigo hasta el final. En una sociedad en la que nadie es capaz de prestar atención a algo durante más de veinte segundos (la generación del spot ha sustituido a la del videoclip), en la que cambiar de contenido es tan fácil como pulsar un botón en el mando a distancia o en el ratón del ordenador, es muy difícil convencer a alguien para que te regale su tiempo y más aún para que te pague por él. Hablamos de la importancia de la primera impresión, como en la vida misma.

Cuando el cine nació allá por el año 1895 los directores sabían que no tenían que esforzarse mucho. Cualquier cosa que se moviera en aquella pantalla impresionaría tanto al público que, si no salían corriendo ante la perspectiva de ser atropellados por una locomotora, se quedarían clavados a sus asientos hasta el final de la proyección. Pero claro, toda novedad se convierte tarde o temprano en rutina, y entonces toca esforzarse para no desaparecer.

Uno de los primeros directores de cine que le vienen a uno a la cabeza cuando piensa en grandes arranques de películas es Orson Welles. Para hablar sobre su genialidad habría que dedicarle un artículo entero, pero para dar a entender su preocupación y cuidado por el comienzo de sus películas basta tanto con observar Ciudadano Kane como Sed de mal. En ésta es una exhibición de talento técnico lo que, en un plano secuencia de tres minutos y medio, deja a cualquier amante del cine entregado para el resto del metraje. En su obra maestra, sin embargo, no es tanto la técnica (que también) lo que engancha al espectador, sino el guión. La muerte de un personaje en apenas dos minutos y la palabra “Rosebud”, con su misterio, actúan como gancho y leit motiv para el resto de la película. Una manera obvia y genial de mantener al espectador pendiente. Tal vez a día de hoy estos detalles no parezcan gran cosa, pero no olvidemos de que nos referimos a dos películas rodadas en el 57 y en el 42 respectivamente.

Otro claro ejemplo de cómo despertar la curiosidad de la audiencia, y de nuevo con una muerte de por medio, sería El crepúsculo de los dioses de el gran Billy Wilder. Su protagonista, flotando muerto en una piscina, se dirige directamente al espectador comenzando a narrarle la historia de su vida, y de su. Curiosamente este principio fue un plan B, ya que la idea original de que el difunto William Holden dirigiera estas palabras a otro cadáver mientras ambos yacían en la morgue no fue del gusto de la Paramount.

Welles y Wilder habían descubierto que matar a un protagonista durante los primeros minutos podía ser una gran idea. Una idea copiada hasta la saciedad durante más de cincuenta años por decenas de directores de todos los pelajes (sin ir más lejos Scorsese en Casino).

No obstante, en aquellos tiempos eran unos pocos innovadores y genios los que se molestaban en arrancar sus obras con tanta fuerza. En general, durante las primeras décadas del cine y hasta prácticamente los sesenta, cualquier película comenzaba con unos interminables créditos que hoy en día harían a cualquier espectador cambiar de canal (o parar el reproductor del ordenador). De hecho, ni siquiera se molestaban en que estos créditos despertaran algún interés en el espectador y se limitaban a un montón de nombres sobre fondos planos. Sólo algunos directores como Alfred Hitchcock parecían tomarse la molestia de ofrecer algo un poco más trabajado (basta con ver los créditos iniciales de Vértigo o Psicosis)

Ya en los años sesenta, con la televisión comiéndole cada vez más terreno al cine, las películas comenzaron a cambiar. El cine empezaba a ser más dinámico y su competidora le sirvió tanto de motivación como de influencia. Además los años dorados de Hollywood se encaminaban a su fin y los todopoderosos estudios con su starsystem empezaban a dejar espacio a muchas otras producciones más o menos independientes. Las productoras tenían que ganarse a su público y tenían que hacerlo desde el principio.

¿Un nombre para ejemplificar ese salto cualitativo en los arranques de películas? Está claro: Stanley Kubrick. En el 62, los créditos de Teléfono rojo en los que un bombardero nuclear repostaba en el aire al ritmo de una canción de amor de los años treinta, tuvo que dejar a más de uno con los ojos como platos. Sus dos siguientes películas no se quedaron atrás. El plano detalle de los adolescentes pies de Sue Lyon mientras le pintan las uñas es toda una declaración de intenciones en Lolita. Así mismo, 2001 tiene uno de los comienzos más majestuosos del cine, con el atronador Así habló Zaratustra acompañando al sol emergiendo tras la Tierra en la inmensidad del espacio. Por supuesto Kubrick, del mismo modo que no perdió su genialidad a lo largo de las décadas siguientes, tampoco dejó de prestar atención a los arranques de sus películas. Basta con observar el inquietante arranque de La naranja mecánica, en el que un zoom de Malcolm McDowell dice más que cualquier línea de guión, o los geniales primeros nueve minutos de La chaqueta metálica con el monólogo del Sargento Hartman y su inolvidable: “En Texas solo hay vacas y maricones, recluta Cowboy, y tú no te pareces mucho a una vaca”.

Kubrick demostró que la música era definitivamente un factor determinante para construir un buen comienzo de película. Pero no simplemente el hecho de escoger una buena melodía garantiza un buen arranque (al fin y al cabo eso ya lo hacían en los cincuenta con sus créditos extralargos). Tal y como hizo él hay que buscar algo eligiendo esa música: la confusión que proviene del contraste, el gancho al combinarla con un buen montaje o simplemente transportar al espectador en el tiempo. En definitiva, es la combinación de esa música y las imágenes lo que puede despertar la atención del espectador. ¿Y qué es lo que puede llamar la atención en esas imágenes? Bueno, muchas veces es cuestión de técnica cinematográfica, como por ejemplo en El juego de Hollywood, donde Robert Altman emula al mismísimo Orson Welles con un plano secuencia inicial de nada menos que ocho minutos. Otras veces un buen montaje puede ser suficiente, como en Snatch. O simplemente colocar al comienzo de la película la secuencia más espectacular de todo el metraje, como sucede en Salvar al soldado Ryan (obviando los prescindibles primeros tres minutos pre-flashback). En ocasiones también ayuda probar con algo original, como ocurre en el arranque de El señor de la guerra, que nos presenta la “vida” de una bala en plano subjetivo.

Claro que no sólo la música y las imágenes pueden hacer destacar el comienzo de una película. Como sucederá durante el resto del metraje el guión puede, por no decir debe, ser fundamental. Son muchos los ejemplos, como Trainspotting, Gracias por fumar o Magnolia (cuya segunda escena es también toda una demostración de cómo hacer una presentación de personajes). Claro que si hablamos de la importancia del guión en el comienzo de las películas hay que hablar de dos nombres propios, dos directores que no dudan en arrancar varias de sus películas con extensos diálogos o monólogos, convencidos de que sus líneas tienen tanta calidad, tanta fuerza, que por sí mismos se bastan para meterse a los espectadores en el bolsillo. Hablo de Woody Allen y Quentin Tarantino, cuyos mejores arranques son probablemente los de Annie Hall y Reservoir Dogs (todo un icono del cine contemporáneo), sin olvidar Pulp Fiction o Manhattan.

Y como un buen comienzo no debe alargarse demasiado, porque se arriesga a espantar a la audiencia si no es lo suficientemente bueno, mencionaré tan sólo un par de ejemplos más antes de poner fin a este texto. ¿Y cuál es criterio para esta última elección? Pues básicamente dejar algo de espacio para las producciones no norteamericanas. Que nadie piense que Hollywwod tiene la exclusiva de los buenos arranques, y si no basta con ver los primeros minutos de Amélie y Ciudad de Dios.

Cita del mes: "Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor jodidamente grande. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige buena salud, colesterol bajo y seguro dental. Elige hipoteca a interés fijo. Elige un piso franco. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que emboban la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?" (Mark Renton, Trainspotting, 1996)

Recomendación del mes: Ciudadano Kane (Orson Welles), 1942


How I learned to stop worrying and love the cinema

Ése es el título de la columna que mensualmente, a partir de este junio, me he comprometido a escribir para la newsletter de la empresa (bueno, de mi oficina, con lo que la audiencia se reduce de 8000 lectores potenciales a unos 500). Obviamente, como su título indica y no podía ser de otra forma, el tema en cuestión va a ser el cine. No tengo ninguna estructura en mente, mi intención es que sea bastante heterogénea y varíe de mes en mes. Seguramente escribiré monográficos sobre algún director o alguna película, pero también hablaré de géneros, o de épocas o simplemente sobre lo que me apetezca hablar. En resumen, utilizaré este artículo semanal para intentar compartir con quién esté interesado mi amor por el cine. De ahí el título de la sección. Bueno, de ahí y de la clara referencia que supone. ¿Referencia a qué? Bueno, no te lo voy a decir. Si te vas a interesar por estos artículos deberías saberlo o intentar averiguarlo por ti mismo.

Como lógicamente tengo un límite de longitud que se me queda muy cortito la versión española de los artículos que publicaré aquí no se ajustara necesariamente a la versión inglesa que finalmente se utilizará. Vamos, que como soy un pesado aquí pondré la versión extendida de los mismos, siempre y cuando el tema me motive lo suficiente como para extenderme más.