viernes, 18 de febrero de 2011

No quiero decir “Yo no veo cine español”

Así que debería callar o mentir...

Una vez superados los Goya (sobre los que no me atrevo a escribir por falta de conocimiento, tanto respecto a las películas implicadas como a la gala en sí), toca ya pensar en esa otra ceremonia de entrega de premios cinematográficos que paradójicamente interesa más a la gran mayoría de los españoles: los Oscar.

Así como me avergüenzo de no haber visto ninguna de las nominadas a los premios nacionales, no sucede lo mismo con las que optan a la estatuilla dorada. Digo que me avergüenzo porque debería haber visto al menos un par de ellas. Pa negre había despertado mi interés, al igual que Buried y Balada triste de trompeta mi curiosidad. El problema es que cada vez me cuesta más esfuerzo ir a una sala de cine a ver qué se estrena por los mundos de Dios cuando en casa, gracias a esa genialidad llamada iPlus, tengo acceso a decenas de grandes clásicos (antiguos y modernos). Eso sin considerar que cualquiera de las películas actualmente en cartel estarán disponibles en mi casa en aproximadamente un año. Y sin olvidar, por último, que el siglo XXI ha significado la supremacía de las series de ficción sobre los largometrajes. Y qué quieren que les diga, las pocas veces que abandono la comodidad de mi sofá y mi mando a distancia para dejarme llevar por el romanticismo de las salas de cine, es difícil que no haya una sola película que me atraiga más que el producto nacional. Pero insisto en que, como amante del cine, no es una actitud de la que me sienta orgulloso. Vaya por delante, eso sí, que por lo menos mi consumo cinematográfico es completamente legal, para que esa ministra nuestra descanse tranquila.

Decía que, eso sí, no soy totalmente ajeno a la lista de nominadas para la ceremonia del próximo 28 de febrero. De los diez títulos seleccionados (¿alguien más cree que al duplicar el número de candidatas restaron credibilidad a esta nominación?) por ahora sólo he visto dos: Origen y El discurso del rey. Sé que en breve veré Cisne negro y Valor de ley, ambas de reciente estreno en España. Toy Story 3 y La red social fueron víctimas de mi reticencia a salir de casa. Pero sé que de aquí a unos meses las habré visto. The fighter tendrá que esperar a un día en que me sienta motivado, mientras tanto raro será que invierta dos horas de mi tiempo en ella. Peor se me presentan 127 horas, Winter’s Bone y Los chicos están bien. Algo muy raro tiene que pasar para que les dé una oportunidad.
Dicho esto no puedo evitar comparar mi postura ante la lista nacional y la estadounidense. ¿Y cuál es el resultado? Siendo sincero, me atraen más seis de las diez “oscarizables” que cualquiera de las candidatas a mejor película española. De éstas, tres entrarían en la pelea con The Fighter como entretenimiento de domingo por la tarde. A la cola quedan tres títulos del otro lado del charco con la cinta de Icíar Bollaín. Nada especial en contra de cualquiera de estas cuatro películas. Sólo una palabra, indiferencia.

En resumen, no me considero uno de esos descerebrados que van por ahí diciendo orgullosos “no me gusta el cine español” o “el cine español es una mierda”. Me inspiran la misma credibilidad que aquellos que no ven películas en blanco y negro, dramas, cine europeo, cine anterior a los noventa o, llevados al otro extremo, cine de Hollywood. Quiero pensar que tengo una mente abierta y que doy oportunidades a todos los géneros, épocas y nacionalidades. Simplemente tienen que llamar mi atención en un principio y saber después mantener mi interés.

Son muchas las películas españolas que incluiría en una lista (amplia) de mis películas favoritas: Amanece que no es poco, Los amantes del círculo polar, Todo sobre mi madre, Los lunes al sol, La buena estrella, Los santos inocentes, Volver a empezar… y seguramente muchas otras que ahora mismo no me vienen a la cabeza. ¿El problema? No sabría concretarlo. Puede tener que ver con que el más reciente de los títulos mencionados tenga la friolera de 9 años ya. O con que todos y cada uno de sus directores me hayan decepcionado después de esas grandes películas (eso o que ya estén muertos). En cualquier caso, lo que tengo claro, es que no sé en qué medida por mi culpa y en qué medida por culpa de la industria cinematográfica española a día de hoy me da mucha más pereza pagar una entrada de cine para vez una película española que una extranjera, ya sea estadounidense, argentina o francesa. Asumo mi parte de culpa por mi ya mencionada pereza y tal vez por haberme dejado llevar por la inercia nacional de rechazo del producto propio. Pero la industria tiene indudablemente una grandísima responsabilidad al respecto, empezando por la calidad media de sus productos (desde el guión hasta la técnica pasando por la interpretación), siguiendo por su promoción y terminando por las connotaciones que inevitablemente lleva asociado el cine español.

Insisto en que como amante del cine, que se ha esforzado a lo largo de los años por probar de todo y quedarse con aquello que más satisfecho le ha dejado, es grave que haya acabado dando la espalda gradualmente y de manera inconsciente al cine español. Y si a mí me ha ocurrido esto, no puedo evitar pensar en cuánta otra gente estará en la misma, o más extrema situación. Y así no me cuesta entender porqué el cine español se hunde y se hunde año tras año (34% menos de recaudación en 2010 respecto a 2009) y a día de hoy ingresa menos dinero en taquilla del que cuesta al Estado (69,7 millones de euros frente a 89,39 sin contar las subvenciones autonómicas). A este paso los títulos nacionales tendrán que dejar de exhibirse en las salas de cine y pasar a ser expuestos en museos. Claro que para eso deberían ser arte, así que es de suponer que entonces no pasaríamos de dos o tres cintas al año.

En fin, menos mal que nos queda Torrente IV.

¿Menos mal?

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