martes, 5 de agosto de 2008

Un día cualquiera

Llegas a la oficina, en tu noveno día laborable consecutivo, pensando en qué se supone que vas a hacer para intentar salir de Madrid un fin de semana en todo el verano. Porque claro, si un compañero se tiene que ir tú le cubres para hacerle el favor, pero luego intentas irte tú y todo el mundo está demasiado ocupado.

Entras en el edificio y, como dos de cada tres días, uno de los ascensores está estropeado. Por el calor, dicen. No te jode, y tanto que calor. En los descansillos peor ventilados del mundo y con un efecto invernadero que permitiría cultivar parte del Amazonas como decoración, debe de haber unos 30 grados a las 10 de la mañana. Hay unas veinte personas (por así decirlo) a tu alrededor que, por supuesto, no dudan en no mantener un orden y en cambio ponerse lo más cerca posible de una de los dos ascensores que sí funcionan. Uno, que es tonto, piensa que quedándose entre ambas, donde está la estropeada, tendrá más posibilidades de coger el que venga. Error. Mientras las gotas de sudor caen por tu espalda ves como los ascensores (que vienen ya medio llenos del parking) tardan una eternidad pero se llenan en seguida con los indeseables que no dejan de llegar. En definitiva, necesitas casi diez minutos (sin exagerar) para poder meterte en uno y llegar a tu planta.

Al entrar recibes una bofetada de aire glaciar acondicionado que te hace plantearte cuántos microclimas diferentes pueden convivir en un edificio de seis plantas. ¿Quién ganaría una pelea entre el león de la planta baja y el oso polar de la cuarta? Y mientras avanzas hacia tu mesa (dejando a un lado la ruidosa obra que llevan haciendo dos semanas para que las cinco señoritas de Recursos Humanos tengan la sala más grande de la empresa), notas como las gotas de sudor que no han llegado a empapar la goma de tus calzoncillos se convierten en pequeñas estalactitas en tu espalda. Piensas que, probablemente, hayas cogido el resfriado más rápido de la historia. Sí, señores del Guinness, ¿han registrado alguna vez un constipado adquirido en 2,5 segundos?

Bueno, aunque estés congelado por fuera, tu organismo todavía no ha tenido tiempo de asimilar el drástico cambio climático (que si bien genera polémica a nivel planetario, en esta compañía es un hecho irrefutable). Así que estás muerto de sed y te diriges a la máquina de bebidas para comprarte un buen botellín de agua fresquita. ¿Resultado? Fracaso total. El agua está caliente. ¿Por qué? Probablemente tenga que ver con el mail que las señoritas de Recursos Humanos (expatriadas quién sabe donde a la espera de tener su despacho-loft) enviaron hace unos días notificando que se habían detectado cortes de electricidad en determinadas zonas del edificio. ¿Y eso? Pues porque la empresa no tiene contratada suficiente potencia eléctrica para todo el tinglado que tiene montado (que vivan las multinacionales superpoderosas). Y claro, la consecuencia es que por ejemplo (y esto era parte del mail en cuestión) si se conecta algo en el enchufe que hay sobre el fregadero, junto a las máquinas de refrescos y café, esa zona sufre un apagón. Deducción lógica: la mafia italiana que se ha hecho con esa esquina de la planta enchufó ayer por la noche una de las múltiples cafeteras que se traen a la oficina, y las máquinas se apagaron, permaneciendo así toda la noche. Y claro, los primeros incautos que deciden comprarse una bebida a primera hora de la mañana, se la tienen que beber caliente.

Junto a la máquina de los refrescos está la de cafés. ¿Y si te coges un café, un té o, mejor aun, un chocolate para animarte un poco? Va a ser que no. Desde que hace unas semanas un compañero se encontró una uña en un café de esa máquina da cierto reparo arriesgarse.

Y a todo esto, este sería un día cualquiera. Uno de tantos como los hay tres, cuatro o incluso siete a la semana. Pero claro, si mientras ibas en el metro has empezado a leerte "La habitación cerrada" de Paul Auster y en la página 17 te has encontrado con esto:

"Había empezado con grandes esperanzas, pensando que llegaría a ser novelista, pensando que sería capaz de escribir algo que conmoviera a la gente y cambiara en algo sus vidas. Pero pasó el tiempo y poco a poco me di cuenta de que eso no iba a ocurrir. No llevaba dentro de mí ese libro, y en un momento dado me dije que debía renunciar a mis sueños"

,cuesta tomarse las cosas con filosofía.

2 comentarios:

YO dijo...

Joder, llevo un rato saltando de blog en blog y no leo más que post en los que la gente está de un bajón que te cagas. Y eso que es verano, playa, vacaciones, ropa ligera, cañas...No sé qué coño será de nosotros cuando llegue el invierno.
Perdona, no es por tu post. Es que si no lo digo reviento.

Anónimo dijo...

Hola Josu!!

Jo que chulo llevaba tiempo sin leer tu blog y nunca me defrauda!!

A ver cuando vamos a cenar un dia.. que desde que te vimos en Donosti ya ha pasado mucho tiempo. A la proxima Maken-Josu cena me apunto.

Besos