sábado, 20 de septiembre de 2008

Ricardo H. Añil (II)

3 de la mañana. La hora de las musas. ¿O era la hora de las brujas? Qué más da. La misma mierda inexistente más allá de como mero apelativo que asignar a la misma mujer dependiendo de la altura de una relación. En cualquier caso un buen momento para que las ideas bullan en mi cabeza recién llegado a casa después de otra estúpida cena con Soler y su séquito de lamesuelas. Veinte horas despierto y más copas de vino de las que un exhabitante de la frontera del alcoholismo debería tomar me dan esa sensación de irrealidad que cualquier escritor desea encontrar a diario. Mucho rollo con eso de que la inspiración no se encuentra, sino que se busca, y que el escritor de verdad tiene que trabajar de forma seria y con un horario estandarizado. Pero si en la farmacia de la esquina vendieran pastillas para provocar esta nebulosa sensación tan cercana a lo febril, todos los que decimos dedicarnos a este oficio tendríamos el armarito del baño lleno de frascos de Desvarium.

Parece que fue ayer cuando me levanté como cada martes para acompañar a Sandra en ese viaje de tres pisos que es como el descenso en tobogán del niño torpe: intenso, emocionante, breve y con batacazo al final. Lástima que de torpe tenga mucho y de niño nada. Y ella de tobogán… no, no voy a decir nada de sus curvas. El insomnio y las copas no son razón para que hable como él.

Y después del mejor momento del día, que al ser tan absurdamente temprano no me deja objetivo alguno para el resto de la jornada, a escribir. El maldito libro. Mi cuarto libro. Su cuarto libro. A veces me pregunto si no sería mejor destruir cada página que escribo en lugar de permitirlo. Bueno, no tantas veces. Sólo en momentos como éste, sobre todo después de pasar un rato con él y sufrir cada minuto de “nuestro” éxito. ¡Dios! Si al menos no fuera tan idiota. ¿Pero eso ya lo sabíamos no, Ricado? Sí, lo sabíamos, porque siempre ha sido así de imbécil. Ni siquiera hablamos de una estupidez subyacente que se destapara con los años. Ya en la universidad su idiotez era más que obvia. Solo que no tenía la misma audiencia. A mayor número de espectadores de la tontería, mayor envergadura cobra la misma. Lástima que sea el único con esta opinión o con la valentía de reconocerlo. ¿La valentía de reconocerlo? ¿Valentía? ¿Reconocerlo? Oh, venga, vamos, se lo estás contando a tu ordenador en la triste soledad de tu salón a las 3.08 de la madrugada y después eliminarás el documento. Tienes tanto de valiente como de seductor, así que no intentes otorgarte méritos injustificados. Al fin y al cabo eres el máximos culpable de toda la situación.

¡A la mierda!

4 comentarios:

En la nevera dijo...

Quiero saber más sobre ese tipo y también sobre el que nació idiota.

Muy bueno Wishmaster, de verdad, especialmente la metáfora del tobogán: brillante.

Espero que tus interminables jornadas laborales no consigan que descuides tu verdadera profesión.

Un abrazo.

Inmaken dijo...

me encanta! y todavia me gusta más q hayas retomado la escritura, o por lo menos el compartirla con el resto (",)

mucho ánimo solete!!

bs gordos y achuchones

FotoCalma dijo...

Después de demasiado tiempo regreso a este blog de pequeñas perlas literarias. Aún me quedan unos cuantos posts para ponerme al día pero la nueva entrega de Ricardo H. Añil me ha encantado. Tanto tu creación (sigue por este camino porque es la ostia) como Jim McGarcía son los personajes más innovadores y contemporáneos de la red.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Buenassss

Mi enhorabuena por el nuevo dibujooooo es muy chulo!!! Ya me contarás quién ha sido el artista...

Ánimo Josu, que en nada nos estaremos tomando unas salchikatxis o como se llamen... ;)

1 abrazo.