martes, 1 de septiembre de 2009

A Roberto Orlino le gustaba mirar (II)

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Roberto llegó a la cafetería quince minutos antes de la hora de la cita. No obstante en seguida supo que el corpulento hombre trajeado que revolvía ininterrumpidamente el café con la mano izquierda, se trataba del señor Leb. Esa intuición pareció mutua, ya que antes de atravesar la puerta una sonrisa un tanto excesiva acompañaba a la mirada fija que el señor Leb posó en él. Un breve escalofrío recorrió la espalda de Roberto. Sin duda su cuerpo trataba de asimilar el contraste de temperatura.

El señor Leb, de nombre Ubeç, resultó ser un amable inmigrante sirio que se dedicaba, por decirlo claramente, a la especulación inmobiliaria. Compraba viviendas considerablemente rebajadas gracias al pago en efectivo para, después, revenderlas a su precio original a quienes se veían obligados a recurrir a un préstamo. Como él mismo decía, el beneficio no era grande, pero no podía ser más sencillo. Afirmaba haber llevado a cabo numerosos trabajos, especialmente relacionados con los negocios, pero nunca haberse sentido tan a gusto como en el del mercado inmobiliario. De todas formas no parecía tener ni cincuenta años, lo que restaba bastante credibilidad a las referencias a su en teoría vasto pasado laboral.

También le explicó a Roberto cómo, para asegurar una fuente de ingresos regular al margen de sus compra-ventas, tenía una serie de apartamentos en alquiler distribuidos por la ciudad. Cada uno de ellos, le dijo, era único. Tan exclusivo que siempre encontraba al inquilino perfecto en cuanto el anterior lo abandonaba. Y dicho esto dejó unas monedas junto a la taza de té e invitó a Roberto a levantarse con uno de sus continuos gestos excesivamente teatrales.
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