viernes, 4 de septiembre de 2009

A Roberto Orlino le gustaba mirar (IV)

(...)

La voz del señor Leb devolvió a Roberto a la realidad, por denominar así a la extraña situación.

“Y actualmente los tres apartamentos están ocupados. Cada uno por unas personas muy diferentes. Pero eso es lo bueno, ¿verdad? La variedad”.

Y dicho esto solo añadió una cosa más mientras le tendía su tarjeta:

Ubeç Leb
Empresario
Tl-633226611

“En cada una de las paredes compartidas hay un gran cuadro. No creo que haga falta decir más”.

Roberto se apresuró hacía la puerta que Ubeç le señaló con un gesto un tanto afeminado que mantuvo mientras le seguía con tranquilidad. Rodeado por las otras tres puertas Roberto forcejeó con la cerradura para conseguir introducir la llave. Habría que engrasarla un poco. Una vez dentro la llave tampoco pareció moverse con comodidad e hicieron falta varios intentos para girarla. Finalmente un chasquido metálico permitió que Roberto empujara la puerta y se adentrara en una habitación en la que, a pesar de la ventana abierta de par en par, flotaba un denso olor a cerrado y a falta de limpieza.

Lo desagradable de la estancia hizo que Roberto, por un momento, saliera del ensimismamiento en el que se había sumido durante los últimos minutos y, recuperando un halo de lucidez, se planteara por un momento lo que estaba haciendo. En ese momento Ubeç pasó a su lado y llegó hasta la ventana diciendo algo así como que el cierre necesitaba una reparación. Indiferente a la mezcla de su anonadado nuevo inquilino se asomó a la calle durante unos segundos y después cerró la ventana con cuidado. Por primera vez los sutiles gestos de su rostro habían sido sustituidos por una amplia sonrisa de satisfacción. Obviamente una sonrisa provocada por un trato cerrado pensó Roberto. Obviamente.

Fue entonces cuando con ambas manos, al estilo de una azafata, el señor Leb señaló los tres cuadros. “Sé que estás hecho para este apartamento”, fueron las palabras que, acompañadas por la constatación de la existencia de los tres cuadros, hicieron que Roberto se dejase llevar de nuevo y, en apenas un par de minutos, su firma se encontrara al pie de un contrato por un valor mensual superior al de su actual piso de ochenta metros cuadrados, con ascensor y recién reformado.

“Ningún inquilino ha llegado a decirme jamás que se haya arrepentido de un trato conmigo y estoy seguro de que a ti tampoco te lo voy a oír decir” fueron las palabras de despedida de Ubeç antes de cerrar la puerta tras de sí.

(...)

2 comentarios:

Inmaken dijo...

Veeeengaaaaa!!!
pero quienes viven en las casas???
jo q curiosidad!
a ver si yo tb voy a ser una cotilla! :P
bsts

Jim McGarcía dijo...

¡Qué calladito te lo tenías! Por ahora esto ta va como la seda. Ya me tienes enganchado a los voyeurismos de tu austeriano Roberto Orlino.

Veamos qué se esconde tras los cuadros...