miércoles, 9 de abril de 2008

"Cuando se sentó tenía los ojos fijos" (1998)

Cuando se sentó tenía los ojos fijos.

* * *

Las ocho y media. Sacó del mueble bar una botella de vodka y un pequeño vaso. Quedaba todavía una hora para que Sandra tocara el timbre. Eso según lo previsto, a lo que se añadirían por lo menos unos treinta y cinco minutos, pensó él. Un concepto muy particular de la puntualidad, pero puntualidad al fin y al cabo. Para Sandra llegar a cualquier lugar con menos de media hora de retraso significaba mostrar un interés fuera de lugar, imperdonable si se trataba de una cita con un hombre, especialmente con uno como él. Un concepto muy particular de la puntualidad, pero puntualidad al fin y al cabo.

Uno como él. Una vez más, algo así como la vigésima en los últimos veinte días, se preguntó qué habría llevado a Sandra a aceptar su invitación aquella tarde junto a la máquina de cafés. Como todos los miércoles (y lunes, martes, jueves y viernes) había llegado a la oficina a las cuatro y tras dejar la gabardina y el paraguas en el perchero se había encaminado con un par de monedas en la mano a por su tercer café del día, el penúltimo normalmente. Mientras esperaba los segundos de rigor que le permitieran coger el inseguro vasito sin abrasarse las yemas de los dedos, vio a Sandra acercarse por el pasillo. Hablaba por el móvil haciendo exagerados aspavientos con el brazo libre y la cabeza, lo que hacía viajar a su pelo negro de un lado a otro con violencia. Él nunca había soportado a la gente que al hablar por teléfono se comportaba como si su interlocutor pudiera verle, pero esos labios y esas piernas merecían ser perdonados. Ocupado en observarla no había tenido tiempo de desaparecer, como siempre hacía en esos casos. Para cuando acertó a reaccionar ella se había guardado el móvil en el bolsillo de la chaqueta y le preguntaba sonriente:“¿Me invitas?”, mientras cogía de la máquina el insípido café. Tampoco soportaba a las mujeres que, conocedoras del poder que su presencia ejerce sobre los hombres, lo convierten en una forma de vida. Pero eso no puede pensarse cuando se está siendo la víctima.

Llamaron a la puerta. Él se incorporó inseguro y se dirigió hacia el hall. Sandra vestía una sobria falda negra por encima de las rodillas a juego con una chaqueta aparentemente suave, algo que constató al ayudar a su dueña a despojarse de ella y mostrar una atrevida camisa de seda blanca. Tras colgar la chaqueta en el armario, no sin recrearse en su olor durante unos segundo, invitó a Sandra a la ocupar una de las dos sillas que había junto a la mesa. Ella, con una sonrisa descaradamente preestablecida, pero no por ello menos efectiva, preguntó por el lavabo.

Mientras ella se refrescaba, según sus propias palabras, él examinó ansioso la mesa con la intención de que aquella noche tantas veces fantaseada comenzara de forma perfecta. Reparó en que había olvidado el cuchillo para abrir las ostras, alimento que se había erigido en entrante de la cena gracias, en gran parte, a la leyenda urbana que lo acompañaba. Ya en la cocina sacó de un cajón el cuchillo, cuyo tamaño volvió a ocupar sus pensamientos mientras atravesaba una vez más el pasillo hacia el salón. ¿Tan fuertes eran aquellos bichejos como para hacer necesaria la utilización de un arma de tal envergadura? La risa de Sandra le sacó de sus reflexiones. No había cerrado del todo la puerta del cuarto de baño, y por la rendija se veía a su reflejo hablar por el móvil. Por un momento pensó en que no debía intentar escuchar la conversación, pero unas nuevas risas le obligaron a acercarse.

- Sí, sí, con Jose.
- ...
- Que se joda, ya se lo advertí
- ...
- No, mujer. ¿Cómo voy a dejarle? Ya sabes lo bueno que está
- ...
- Pues para darle un escarmiento, ya sabes...
- ...
- Sí, que no se crea que sólo él puede ir por ahí poniendo los cuernos
- ...
- Sí, mujer. Claro que sabes quién es... Jose, el bajito, el q va siempre con el paraguas...
- ...
- Bueno, no me extraña, siempre nos está evitando
- ...
- ¿Enfadarse? ¿Alberto? No, no creo. Se mosqueará un poco y eso, pero en cuanto sepa con quién ha sido seguro que hasta se echa unas risas
- ...
- Pues porque es al primero que me encontré después de discutir con Alberto el miércoles. Además, está siendo tan fácil...ja, ja, ja

Jose apretó en su mano derecha la empuñadura del cuchillo de las ostras, empujó suavemente la puerta con la izquierda y entró en el cuarto de baño.

* * *

Dejó el cuchillo manchado sobre la mesilla, tomó el teléfono inalámbrico, marcó el número de la policía y se acercó al sofá.

Cuando se sentó tenía los ojos fijos.