martes, 23 de marzo de 2010

Varsovia - Moscú (III)

A la mañana siguiente el tren comenzó a andar a su hora exacta. Una buena señal. Arseniy se había encerrado en un compartimento en el que poder estar solo. No había mucha más gente en el tren. Unos cuantos soldados y muy pocos civiles. No quería hablar con nadie. Acababan de comenzar sus setenta y dos horas de permiso y eran para él y Jekaterina. Tal vez sólo les permitieran pasar una hora juntos, pero él iba a dedicarle cada uno de los minutos de esos tres días.

Querida Jekaterina. Por fin permiso. Pronto estaré Moscú. Martes 23 enero 4pm. Estación Belorussky. Tuyo Arseniy.

Esas eran las palabras que había incluido en el telegrama. ¿Había hecho bien? ¿Cuándo se lo iba a decir? No quería pasar esa hora con una mujer enfadada y triste, con una mujer llorando y gritando sin cesar. Al menos ahora le recibiría con lágrimas de alegría. ¿Pero, por cuánto tiempo? Había que retrasar el momento lo más posible y decírselo cuando ya fuera inevitable. No estaba siendo un cobarde. Era lo mejor. Estaba seguro. A ratos.

Sin darse cuenta empezó a quedarse dormido. Las dos noches anteriores casi no había descansado, pero ahora ya estaba en el tren. Todas las decisiones estaban tomadas y sólo le quedaba esperar. Esperar a que esa inmensa máquina recorriera los mil doscientos sesenta y seis kilómetros que le separaban del beso y el abrazo que llevaba imaginando seis meses.

Un golpe despertó a Arseniy. El tren estaba parando. Con la manga de la chaqueta dibujó un círculo a través del que poder observar en la ventanilla empañada. Casas de piedra medio derruidas comenzaban a aparecer entre los árboles. Pronto las construcciones aisladas pasaron a formar una ciudad. Arseniy consultó la hora en su reloj de bolsillo. Eran las doce y veintiún minutos. El tren realizaba su primera parada, en la estación de Brest, a la hora prevista. Volvía a encontrarse en suelo soviético y, para su tranquilidad, esa mole de metal y madera había conseguido atravesar media Polonia sobre la nieve y el hielo sin retraso alguno. Mientras se abrochaba las botas para bajar al andén y estirar las piernas no pudo contener una sonrisa y recordó la última conversación que había tenido antes de abandonar Varsovia. El destino había querido que Zukov le viera paseando nervioso por la estación de tren.

—¿Que qué pasa si hay un retraso? ¿Tú qué crees chico? ¿Que puedes volver un día más tarde al frente? Esto no es una excursión de la escuela muchacho. Si a mitad de viaje ves que las horas no encajan, tendrás que bajarte en la siguiente parada y tomar el primer tren de vuelta hacia Varsovia.

—¿Volver? ¿A mitad de viaje?

—Bueno, tampoco tienes porqué tirar a la basura tus días libres. Con un poco de suerte podrías quedarte en Minsk bastantes horas. Tal vez un día entero. Muchos de los que suban a tu tren lo harán para eso. Yo mismo me lo pensaría si no tuviera unos parientes en Kiev.

Se alegraba de haber pasado ese primer tramo dormido. Todo iba bien, y si lo pero se había superado podía permitirse ser optimista. En el fondo sabía que nada malo podía ocurrir. Sabía que el martes a las cuatro de la tarde tendría a Jekaterina entre sus brazos y nada ni nadie podía evitarlo.

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